fragmento de conversación telefónica





Hoy estamos todos
te digo a los que veo desde acá:
el coral, mi querido querubín
el pavo real que se inclina cortésmente burlándose de los espectadores de su trasero lleno de párpados
el ejército, reunido como por primera vez, todos de uniforme, todos de gala, con los ojitos vidriosos
la vecina entusiasta, o como le digo yo “el resorte”, porque por algún misterio su energía positiva siempre me propulsa hacia la profundidad de mi colchón enlutado
la nube que aquella vez me dejó recordarte con luz artificial
todas (pero todas) las espinas de pescado que me clavé en el paladar en años de sobreictícola esfuerzo
mis amigos, los fantasmas nocturnos, pobres, compañeros de tantos silencios posllanto en los que intentaban distraerme con tremendas estupideces, y lo lograban, y me dolía, y cómo los fui empezando a querer
el infaltable mendigo de caricias, el osito de peluche que carga conmigo desde que nací
la majestuosa Lady Baguette, con su intachable sentido de la frivolidad, y esos vuelos de peinado siempre más ridículos que nunca
¡uh, qué sorpresa, mirá quién vino! Ah… pero esto no me lo esperaba: ¡¡el tiempo perdido!!

Sí, muchachos, sigan pasando, no por favor, pasen nomás…
así que vino, che, y desde tan lejos, se jugó.

No, la cosa fue así: yo estaba acá tomando unos mates conmigo
y de repente –no sé de qué estábamos hablando– salió el tema:
¿che, te acordás?
Asentí por cortesía mientras procesaba los sonidos en mi cerebro
después reaccioné: miré por la ventana, ese cielo nubarroso
y me dije, como repitiéndome “te acordás”
y ahí nomás empezó la charla, segundo a segundo más encendida
y empezaron a surgir los nombres, como brotando de la tierra
todos embarrados y llenos de trozos de ladrillos y vajillas sepultadas
y fue como una ola arcoírica abriéndose poco a poco hacia las alturas, y nos arrastraba,
y de pronto tocó la cima, embarbó la espuma, y se lanzó hacia el horizonte a toda velocidad y a todo color
ay, era el frío y el calor, era propiamente el verano
y chau, alguno de los dos cazó el teléfono y empezó a marcar.

“¡Hooola, cómo andás!” escuchaba yo cada dos por tres por el tubo, tras la tela de gasa (o de araña, yo no entiendo mucho de electrónica) que separaba las voces en el teléfono
y era unánime la respuesta “¡¿Qué mañana?! ¡Ahora mismo salgo para allá!” con vinos prometidos, sánguches y regalitos postergados que habían quedado en algún cajón
y bueno, por supuesto la espera que no es espera, que es exactamente el enemigo del esperar, la ansiedad efervescente que se quiere salir por la boca y es frenada por las fuerzas de seguridad, generando un corte de tránsito a la altura de la garganta.

Y al rato ya estaban llegando, pero obviamente algunos a su vez llamaron a otros, porque llegaban más y más y en todo el barrio se escuchaban los “hooola”, los “qué hacéeee”, las risas agudas de todo viejo amigo con cierto nivel de canas, los bocinazos de los que no pueden esperar a que el motor frene, los cantos improvisados a la vieja usanza
y nunca pero nunca dice ausente el “¡aaaaaahhhh!” general ante la repentina frase del día, cuyo autor gana en mejillas lo que ha perdido en dignidad.

Y acá estamos, ¿qué puedo decir yo de todo esto? Me ha excedido
si te digo que hace cuatro horas ni soñaba con un reencuentro así
en esta vieja casa que no volví a pintar nunca, te lo juro
que tiene la misma chimenea inútil, el mismo cielo de tristeza y soledad
pero que no puede contener los bríos de una fiesta, bah, de una reunión... que es una fiesta.
Es como si fuera el primer día, quién pensaría que...
¡¡están todos!! No entiendo si soy feliz o un hombre o si estoy muerto, o si perdí el conocimiento tras el último espasmo, pero no me importa en absoluto,
porque por ejemplo mirá quién vino:
¡Tom el alguacil! ¡Viejo canalla, dónde anduviste tanto tiempo! ¡ja ja!
ríos de tinta, ay, ustedes sí que son amigos del alma, pónganse cómodos pero no me manchen a la gente, por favor
y mis infernales piojos, roedores salvajes, chistones inquietos, ¿también a ustedes los extrañaba?
mis héroes, los bienhechores, ¡abrazados a mis archienemigos! Ya están borrachos ustedes, je je
vos sos… no… ¿vos sos el pájaro que me cagaba siempre la ventana? ¿Cómo andás, atorrante? Vení, pasá que estamos todos.

No, ya sé igual que vos no vas a venir, ni te lo iba a decir
es obvio que es tarde y estás lejos y todo
y claro, lo que hablamos de que nunca más, por eso
pero nada más te quería contar, porque de pronto se me hizo tan lindo esto
y a veces es tan necesario compartir con alguien un momento así
pese a cualquier cosa, que le hice un tajito al contrato y te llamé.
No, todo bien.

Así es che, todos todos. Increíble la alegría que nos damos entre borbotones de lágrimas, miralo a Betunazo cómo llora, mi amor, perrito lindo.
Es obvio que es por hoy y que como mucho a la mañana se van, y yo me quedo
tan obvio como que mañana yo no estoy acá, se queda el que estoy naciendo, en una cuna llena de amor, de cálida amargura
mecido por todos y cada uno de los presentes que me van a reclamar para tenerme en brazos, un ratito aunque sea, pero cuidado con la cabeza, sostenela con la mano
y que por supuesto estaré solo, pero adiviná qué
acaban de decidir en eufórica y dudosa asamblea
que van a pintarme toda la casa y acomodarla de arriba a abajo
y ya mismo se pusieron a hacerlo, si los vieras, todos de un lado para el otro, corriendo muebles, llevando escobas, volcando baldes
y cantando entre todos, no sabés qué lindo.